viernes, 12 de julio de 2013

Por: Anónimo

Hoy es jueves y son las 4 de la tarde. Paso caminando con mis amigos Nicolás y Andrés por la cuadra 15 de la avenida Arequipa y observo con nostalgia la fachada de la legendaria ex Discoteca Niza o más bien perroteca; hoy convertido en una especie de salsódromo popular llamado África.

Nicolás Dammert prende un cigarro en la puerta y recuerda cuando lo llevé a Niza por primera vez. Eso me trajo a la mente algunos recuerdos de nuestra adolescencia cuando éramos ocasionales visitantes de aquel lugar y donde escribimos las páginas más traviesas de esa etapa.

En el 2011, teníamos 14 o 15 años y nos conocíamos del instituto de inglés. Nicolás estudiaba en un colegio pituco de La Molina y Andrés vivía en Santa Catalina como yo. Pero, Nicolás Dammert no era cualquier muchacho, era gringo y tenía plata. Además nunca había subido a una combi en su vida. De hecho su primera vez en un sistema de transporte público tenía que ser memorable, por eso un jueves por la tarde le dijo a su mamá que iríamos a hacer un trabajo en grupo, pero en realidad, subimos a un ómnibus blanco con dos rayas rojas y amarillas donde el cobrador repetía la frase: ‘Toda la Arequipa, ¿vas?’. Subimos. Baja en la 15 de Arequipa dijimos. Era obvio, iríamos a Niza.

Ninguno de los tres habíamos ido a esa discoteca antes, pero Andrés decía que sus amigos del colegio decían que era un lugar lacra, un lugar para muchachos de mal vivir. Al ver la fachada no parecía un mal lugar, aunque las chicas que entraban generalmente no tenían una buena apariencia, ni una belleza física que destacar.

Nadie quería ir a la boletería a pedir las entradas. Andrés se puso los pantalones y fue con voz de mayor a la ventanilla a pedir 3 tickets. Costaron 5 soles cada uno. Un letrero gigante decía ‘Entrada gratis con Carné Universitario’. Le dije a Andrés que en dos años, cuando seamos universitarios vendríamos todos los jueves gratis. Él sonrío y me dijo, entra coño.

El lugar era grande, pero había mucha gente, sentía la sensación que un calor de fuego envolvía mi cuerpo y me hacía sudar. Había muchas chicas agarradas en las sillas y en las barandas bailando desenfrenadamente al ritmo de las canciones de Okey Radio 91.9 y sandungueando de manera desenfrenada.

Andrés sugirió dar una vuelta para ‘chequear el material’ pero estoy seguro que ahí no había absolutamente nada que mirar. Para un par de muchachitos de clase media y un pituco solo era chongo, casi un reto entrar a ese lugar. Nos sentamos en una barra que estaba al lado derecho de los baños a conversar. En ese momento parece que alguien comenzaba a arrugar. Nicolás, el pituco, pidió que nos retiremos, dice que se sentía mal, que tenía fiebre.

La verdad es que yo solo estaba ahí porque era una experiencia nueva y porque quería hacerme al macho, porque la verdad es que ese lugar no tenía nada de charm ni de divertido. Nicolás nos rogaba para irnos, hasta que una morena alborotó al buen Andrés. La mirada de la señorita (hemos sido generosos para catalogarla como tal) hipnotizó a mi amigo, que dejándose llevar por el compás de Daddy Yankee se confundió entre los púberes y jóvenes para menear su cuerpo ante el de la señorita morena.

Cuando volteo a mirar a Nicolás, el gringo estaba colorado, se había pedido un vaso de Whisky y se lo estaba tomando de largo (seguro que era el primer Whisky que algún chibolo compraba en un lugar como ese). Nicolás se pidió un vaso más y dijo ‘ya estoy ready’. Se emocionó como loco y sacó a bailar a cuantas estudiantes de colegio nacional pudo (digo esto porque alguna que otra parecía que tenían debajo el polo de Educación Física de un centro de estudios de educación pública de Jesús María).

No podía creer, que el pituco de mi amigo esté bailando perreo con tan ‘distinguidas’ acompañantes que al parecer querían sacarle la camisa (espero que para ver su cuerpo y no para llevarse su camisa Volcom), estuvo en el centro de esa bola enjaulada por barandas que había frente a la barra. El animador, que vestía polo de la selección peruana, lo alentaba. ‘Buena gringo crudo’, le gritaba. ‘Vamos pecho frío’ continuaba festejándole su aventura.

Yo me animé a participar de algunas canciones, aunque debo confesar que algunas chiquillas me rechazaron. Eso me hizo sentir un poco triste, porque no les parecía atractivo a chicas que consideraba que era obvio que aceptarían por estar necesitadas.

Andrés salió bien parado de ese lugar, salvo por la gorra que le quitó el vigilante. Por su parte, Nicolás me dijo: ‘Ser gringo me ayudó mucho, me sentía como Francisco Pizarro entrando a conquistar el Perú’. Entre copas seguía hablando: ‘Quiero venir aquí siempre, sabes algo, no les vi la cara, pero todos los bailes que pedía aceptaban. Es más fácil acá que en los tonos de mi cole, donde encima ponen electrónica’.

Fueron momentos que sellaron nuestra amistad. Pasaron cosas que no pienso escribir, pero teníamos una promesa. Cuando seamos universitarios volveríamos un jueves gratis con nuestro carné para hacer de las nuestras. Yo tenía planeado bajar unos kilos para que no me choteen las muchachitas.

Han pasado 2 años de aquel día. Yo estudio en la Universidad de San Martín, Andrés en la UPC y Nicolás en la U de Lima. Estamos parados frente a Niza con nuestro carné universitario. No hay más esa promoción. No hay más Niza. El lugar que había marcado nuestras aventuras no existía más. Se había esfumado. Pero los recuerdos quedan vivos en la mente. Nicolás Dammert me rota el pucho y termino de consumirlo, lo tiro al piso y lo apago, como apagaron nuestro sueño de volver a la discoteca a hacer leyenda dos años después.

1 comentario:

  1. QUE BUENA TU HISTORIA AMIGOOO.. JAJAJA... TU AMIGO EL GRINGO ATRASADOR TENIA MAS JALE QUE TODOS... PERO ASI SON LAS COSAS..
    EL NIZA ACTUALMENTE FUNCIONA PONEN MAS MUSICA COMBINADA QUE EN ESE TIEMPO QUE TSEDES IVAN ERA MAS REGGAETON.. IGUAL SALUDOS

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