domingo, 1 de diciembre de 2013

LO BUENO Y LO MALO DE CUMPLIR 18 AÑOS

ESCRIBE: FERNANDO ESLAVA (@topopitt)

Mañana es mi cumpleaños y estoy pasando un agradable momento con mis amigos de la Universidad Católica en el Piano Bar Múnich. El veterano tecladista toca Flaca de Andrés Calamaro mientras que los clientes cantan el coro de la canción a viva voz y los sufridos del amor lloran desconsoladamente en los hombros de sus amigos estimulados por el alcohol. Las botellas vacías de Pilsen, con su verde característico, aumentan rápidamente en la mesa redonda de madera, la melodía acompaña una interesante tertulia con mis compañeros de aula con quienes platico sobre nuestras metas como profesionales festejando que egresamos de Estudios Generales y de paso que, en pocos minutos, cumplo 18 años de edad. Llega la medianoche y mis amigos me saludan efusivamente –Por fin chato, ya tienes 18- acompañando sus buenos deseos con un abrazo que emanaba las ganas de seguir libando. El formal coloquio que sostenemos se va transformando en las típicas conversaciones de jóvenes: sobre sexo, mujeres y acciones épicas, a medida que las birras se iban consumiendo. El pianista se fue, las cervezas se acabaron y la noche de celebración terminó para mí. Mis amigos se excedieron al beber y no tenían ganas de moverse de aquella mesa de madera que rechinaba por la antigüedad de su fabricación. Les dije que iría al baño, pero, en realidad, me fui del Bar Múnich. De cierta forma, me abruma tomar la decisión de dejarlos solos en ese lugar, más aún, por lo difícil que es subir las escaleras ebrio, pero, sé que saldrán bien librados del asunto. Camino solo por la fría acera de Jirón de la Unión. Felizmente ninguna casquivana se me acerca para ofrecerme su servicio sexual para llevar a cabo una sesión amatoria de alquiler. Me percato de lo sucio que mantiene Susana Villarán el Centro de Lima y llegando a la Plaza San Martín tomo el primer taxi que pasa antes que el lumpen se aproveche de mi estado de ebriedad. Mientras paso por la Vía Expresa recuerdo que ya soy mayor de edad, que tengo 18 años, que soy libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. Debería ser un momento especial -¡Ya puedo hacer lo que me dé la gana!- pero entiendo que todo seguirá igual, que cumplir 18 años no significa nada, que mi vida no cambiará y seguiré subordinado a las decisiones que la sociedad conyugal de mis padres tome. Bajo del taxi en la puerta de mi casa con la convicción de haber festejado por gusto, que la celebración por mi cumpleaños fue una farsa, que no hubo nada que celebrar. Entro a mis aposentos convencido que, cumplir 18 años, es una total estafa. En realidad no soy libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende.

A pesar de estar bajo los efectos del elixir no tengo problemas en sacar una botella de Evian y un paquete de galletas Chips Ahoy! del frigobar de mi alcoba para entrar en un momento de meditación sobre las libertades que me da la ley peruana ahora que tengo la mayoría de edad y me di cuenta que no existe ninguna novedad.

Hace algunos años parte del vacilón de cumplir 18 era obtener el DNI azul, pero, yo ya lo tenía desde los 17. Entonces, pienso que ahora ya puedo ingresar al hotel para complacer a mis lobas y a mi enamorada, pero eso ya lo vengo realizando cada vez que me exigen rugir. ¡Jóvenes arrechos, ese es mi Perú! A partir de la mayoría de edad estoy autorizado para comprar licor y cigarrillos; sin embargo, trasgredir esa norma es una costumbre en La Victoria así que no es nada sorprendente porque desde los 13 años soy cliente de mis ricas gringas helenas. ¡Qué viva súmate +18 y las hipócritas campañas de Backus! Llevo a mi mente entonces que con dieciocho años ya puedo ingresar a las discotecas más paradoras de Lima, pero, también hago memoria que desde los 13 años entro a las perrotecas para chibolos y desde los 16 a todas esas discotecas para adultos como Céntrica, Gótica, Drama, Aura en zona VIP sin corromper al guardia, gracias a que mi amigo Rocco es hijo del gerente comercial y nos mete en lista cada vez que puede. ¡Qué viva la igualdad y el respeto a la ley en nuestro país! Con 18 años por fin tengo permiso para jugar Te apuesto, Ganagol, La Tinka y las Rapitinkas, pero no es novedad porque desde los 5 años juego en la lotería ¡Qué viva la campaña de Juego responsable de Intralot! Al cumplir 18 años ya estoy facultado para obtener mi licencia de conducir y manejar un auto por primera vez, pero, para mí la licencia me la otorgué yo mismo a los 15 años cuando mi primo Jackson me enseñó a maniobrar su Porsche por las callecitas aledañas a la Alameda del Corregidor y ahora hago piques al final de la Javier Prado. Ni siquiera puedo cumplir la promesa que le hice a mi padre de que a penas cumpla 18 años trabajaré y me compraré todo lo que quiera cuando él no me compró el libro original de Harry Potter y la piedra filosofal cuando tenía 7 años Claro está que no pienso trabajar por el momento y seguiré siendo un mantenido por mis padres.

Mi Blackberry vibra. Son mis amigos de la Católica que ya notaron mi ausencia en el Bar Múnich. Seguro ya buitrearon y volvieron a estar conscientes. Recibo varias puteadas por haberlos abandonado, les pido disculpas y atino a justificarme aduciendo que mi madre me llamaba desesperadamente para que regrese a casa. Corto la llamada con el remordimiento de haberme portado como un mal pata, pero entusiasmado por poder seguir descubriendo la verdad a cerca de cumplir 18 años.

Me estoy dando cuenta que cumplir 18 es un mero protocolo, un trámite de la vida que estás obligado a pasar. No es la puerta a la adultez, ni mucho menos a la madurez. No tuve ‘presentación a la sociedad’, ni me regalaron un auto como si lo hicieron los padres de mi vecino Jorge Luis Lindley. Ser un mayor de edad en realidad es un perjuicio, es un momento trágico de tu vida en el que la ley y el sistema te atormenta con los castigos más macabros que puedas imaginar. Ahora estoy obligado a votar en las elecciones. Tengo que decidir quien va a ser el próximo gobernante o asaltante de este país. Además, corro el riesgo de ser elegido miembro de mesa por ser tan sincero al registrar mis estudios universitarios en la RENIEC. Ser mayor de edad implica que te llamen por teléfono incansablemente de algún banco o supermercado para ofrecerte sus estafadoras tarjetas de crédito que te suman en el ahogamiento, la deuda y la crisis económica personal. Cumplir 18 años de edad significa que cualquier error que cometa en mi vida tendré que pagarlo con cárcel, significa que me pueden canear y que si me llevan a la comisaría ya no me derivarán a Familia para que llamen a mis padres y me saquen de ese lugar.

Estoy a punto de quedarme dormido. El reloj LED proyecta en números de color rojos que son las 3:50 de la mañana en el techo de mi habitación. Queda confirmado que cumplir 18 años no sirve para nada, peor aún, te condiciona la vida. Seré un ciudadano con derecho a elegir y ser elegido, pero a mí ¡que me importa la política peruana! si es corrupta e incapaz de solucionar los problemas de este país. Mi mamá se despierta para ir al excusado (es su rutina de las 4 de la mañana), pero antes no duda en acercarse a taparme con la colcha y darme un besito de buenas noches. ¡Qué dulce es mi mami!

El sueño me ganó. Despierto tarde. Mi mamá es la primera que me saluda por mi cumpleaños y me da mi obsequio favorito: una tarjeta de Saga Falabella recargada con 1000 soles para comprar ropa (Billabong, Huntington y RipCurl no más porque DC, Dunkelvolk, Quicksilver, Element y Volcom están en Ripley).  Mi mamá siempre me dice que me da el dinero en plástico ‘para que no me tire el dinero en cochinadas’. Aprovecho su dulzura para pedirle permiso para un viaje, pero ahí se le acaba la dulzura. No me dará permiso para irme de vacaciones a Máncora con mis amigos de promoción porque le da miedo que yo vaya a la playa. Las noticias sensacionalistas de 90 Central la ponen muy nerviosa y cree que su hiperactivo hijo terminará sucumbiendo ante las monstruosas olas del mar de Piura. Cuando tenía 15 años no me dio permiso para ir a un quinceañero en Huaral terminando su sermón con la frase ‘Cuando tengas 18 haces lo que quieras, te vas a la China si quieres’. Ahora que ya cumplí su requisito me dice ‘Tienes 18 años pero igual no te doy permiso porque dependes de mí. Cuando te pagues la universidad, trabajes, seas responsable, te mantengas y no vivas bajo mi techo podrás hacer lo que quieras’. Ay mamá, me hubieras adelantado que esos eran los verdaderos requisitos para poder hacer lo que me dé la gana y ser libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende.

Por lo pronto, no pienso en pagarme la universidad, ni trabajar, mucho menos en ser responsable, mantenerme y mudarme a otra casa. Lo único que seguiré haciendo es ir a tomar las Pilsen con mis amigos de la Católica en el Bar Múnich, pero esta vez con la promesa de no dejarlos tirados en la cantina, sino invitarles la bajada (el rico salchipapón) y continuar libando hasta las últimas consecuencias, como causas, como patas, como hermanos. Así seré libre de verdad. ¡Salud por los 18, chato!

1 comentario:

  1. Jajaja.
    Me ha divertido tu artículo, pero es la pura verdad, tener 18 no es novedad, ni te da nada nuevo.
    Un abrazo.

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