domingo, 24 de marzo de 2019

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Lima 1997
Ser adolescente en Lima en aquella época era terrible. Mi madre no quería darme permiso para ir a las fiestas porque tenía miedo que haya un apagón producto de un atentado terrorista o una centena de militares en la calle si al presidente japonés le daba la gana de sembrar el pánico en la población. Antes de salir a ensayar con la banda, mi madre me daba religiosamente las siguientes recomendaciones: no patees una bolsa porque puede tener una bomba, no recojas nada de la calle porque puede tener una granada, no te pares cerca a la ventana porque puede explotar y pídele dinero a tu padre porque yo no tengo. 

Aunque los terroristas ya habían reducido casi a la mínima expresión su actividad en la capital, mi madre aún continuaba preocupada de que yo sufra algún accidente por culpa de la violencia por la que atravesaba el país. Iván, Sebastián, Manolo y yo, Francisco, estudiábamos en el San Agustín y teníamos una banda de rock en el momento en el que este género musical vivía un gran bajón de popularidad debido a que se daba mayor espacio a las canciones de artistas internacionales. Aunque siempre quisimos componer nuestras propias canciones, nunca fue posible. Nos limitábamos a cantar covers de Los enanitos verdes y Hombres G en las actuaciones o kermés de otros colegios de Lima donde haya mujeres. Porque como recordarán en 1997 el San Agustín no tenía estudiantes mujeres en su nivel secundario. Las canciones que tocábamos no tenían pierde porque las chicas las coreaban y gritaban sensualmente ante nuestra presencia en el escenario. Sin duda las chibolas no pueden resistirse a la promoción de varones del San Agustín y más aún si éramos cantantes o rockeritos como nos decían nuestros compañeros de aula con cierto tono despectivo.

Iván iba en la guitarra, Sebastián en la batería, Manolo tocaba el bajo y yo era la voz principal del grupo. Nuestros ensayos eran en la cochera de la casa de Iván que vivía en el cruce de Rousseau con Javier Prado, precisamente al costado del moderno edificio de Bellsouth. Para ir a cada ensayo debía salir una hora antes de mi casa. A pesar que vivía en San Isidro el tráfico era terrible. La Vía expresa de Javier Prado no existía y pasar por esa avenida era caótico. En cada ensayo con los muchachos descubría cosas nuevas. Un día Sebastián llevó ron mezclado con Coca-Cola en una botella de gaseosa para que toquemos con mayor apasionamiento. En otra oportunidad llevó una plantita verde que olía feo envuelta en papel platina y una pipa. Sebastián dijo que todos los rockeros famosos la consumían y nosotros también deberíamos hacerlo si queríamos ser famosos. Era una idea estúpida. Lo único que me produjo fue hambre y una sensación rara de reírme en todo momento. Luego me puse pálido, mis ojos se irritaron y las pupilas se me dilataron. De pronto pensé que podía volar por el techo de la cochera. Mis amigos me preguntaron que me pasaba. Yo solo les contesté que estaba locazo antes que me desvanezca y me quede tendido en la cochera de Iván.

Nunca entendí la idea de Sebastián de buscar en el ron o en esa plantita verde que olía feo una motivación por el cual tocar. Él decía que como baterista tenía la responsabilidad de comportarse como un animal desenfrenado mismo barrista de tribuna popular para poder transmitir la adrenalina que ofrece el rock. Yo era el vocalista de la agrupación (grupo que nunca tuvo nombre) y sí tenía una motivación verdadera para cantar. No era el ron ni esa plantita verde que olía feo. Mi motivación era Mariana. Ella era una de las fanáticas del grupo. Vivía en Pablo Carriquiri frente al San Agustín. Cursaba cuarto de secundaria en el Sophianum y me enamoré de ella en la salida del San Agustín cuando iba a recoger a su hermano menor. Allí me contó que fue al concierto de los Enanitos Verdes que ofreció en la Playa el Silencio allá por 1995. Yo también fui a ese concierto. Conversamos largas horas. A partir de ese momento la invité a las presentaciones de la banda y nunca se perdía una tocada. Era mi inspiración. Una chica tímida que tenía por grupo favorito el mismo que yo. A diferencia de aquellas jovencitas que arrojaban sus prendas íntimas o lanzaban piropos como ‘cuerazo’ o ‘papacito’, ella era totalmente diferente. Quizá cansado de tanto acoso de la fanaticada colegial decidí buscar una enamorada de carácter tranquilo.

Reunidos en la cochera, Manolo anunció cual sería nuestra próxima presentación. Todos estábamos emocionados por saber dónde tocaríamos. Él había dicho que sería un evento grande. Luego de jugar con el suspenso, Manolo terminó con el misterio y dijo que nuestro colegio San Agustín nos había invitado a tocar en el aniversario 94 de la institución. Yo pensé que íbamos a tocar en la Feria del Hogar o que íbamos a salir en Campaneando, el programa de Gianmarco. Pero presentarnos en la fiesta del colegio no era una mala idea. Debía ser mi oportunidad de cantarle una canción a Mariana. Ya iba saliendo con ella un mes y mediante indirectas me daba a entender que le gustaría que le proponga ser su enamorada en un concierto, delante de una multitud. A Mariana y a mí nos encantaba ir al Daytona Park o salir a pasear a Miraflores. Comíamos en el Rosalino de la Calle de las Pizzas y terminábamos en el Parque Salazar tomando una Chiki de Concordia. En una de las últimas visitas nos dimos cuenta que comenzaba la construcción de un nuevo centro comercial frente al mar llamado Larcomar y que iba a acoger al primer Hard Rock del Perú. Quedamos en ir cuando lo inauguren.

Llegó el día de la actividad por el aniversario del San Agustín y habíamos preparado 4 canciones. Las dos primeras serían Devuélveme a mi chica y El ataque de las chicas cocodrilo de Hombres G y las dos siguientes serían El extraño de pelo largo y Yo te vi en un tren de Los Enanitos Verdes. La última canción iba a ser dedicada a Mariana. Era la oportunidad de mi vida para proponerle ser mi enamorada delante de todos mis compañeros de colegio. Todo estaba planeado. Luego que acepte entablar una relación conmigo le iba a entregar un anillo y la llevaría a comer a nuestra pizzería de siempre, El Rosalino de la Calle de las Pizzas en Miraflores. Mis padres no sabían que iba a declararme a Mariana, pero estaban contentos que toque en el aniversario del San Agustín así que decidieron ir a verme y regalarme un celular de Tele 2000 que era la novedad de aquel entonces y saturaba la publicidad en las calles alternándolas con las pancartas de Alberto Andrade que quería volver a ser alcalde de Lima.

Todo estaba listo para la presentación. Sebastián fumó esa plantita verde que olía feo, que según él lo convertía en el baterista de la banda y nos invitó ron con Coca-Cola que acostumbraba llevar en una botella de gaseosa por si acaso algún profesor nos pillaba en el salón que habían habilitado detrás del escenario para que nos cambiemos. Yo me sentía acelerado con el ron que calentó mi garganta; sin embargo, salimos con todo para delirar a nuestra fanaticada. En el medio del tumulto vi a Mariana con una pancarta que decía: Cantas lindo Pancho y un corazón. Eso me entusiasmó a seguir cantando y esperar con ansias la última canción ‘Yo te vi en un tren’ de los Enanitos Verdes, con la cual iba a proponerle a Mariana ser mi enamorada. ¡Qué momento tan especial! 

Tocamos las tres primeras canciones y todo iba saliendo bien. El público pedía otra canción y nosotros ya la teníamos preparada. Mariana estaba mirándome a los ojos y yo sudaba de nervios no por estar frente a miles de personas, sino, porque iba a hacer la locura de amor más grande en los 16 años que llevaba de vida. Cuando hice el anuncio de la última canción el audio se cortó y mi voz no se escuchó por los parlantes. Pensamos que se trataba de una falla técnica, pero apareció la profesora Zoila Baca, animadora del evento, con su voluminosa apariencia para agradecer nuestra presentación y dar por terminada nuestra participación. Mientras el público aplaudía le pedimos una explicación a la maestra por suprimir la cuarta melodía de nuestro repertorio, quien se excusó que por falta de tiempo tenían que suspender nuestra aparición. Sentí una rabia incontrolable. La hijadeputa de la maestra había cancelado mi canción con la que iba a declararme a Mariana. Movido por el ron que tenía en el cuerpo tomé el micrófono y arrojé unas palabras por mi garanta: ‘‘Nos retiramos querido público porque la profesora Zoila Baca, esa hijadeputa, ha cancelado nuestra presentación injustamente. Gracias por todo’’ y le saqué el dedo medio delante de todos. Para el alumnado quedé como un héroe por decirle en frente de todos lo que medio San Agustín pensaba de la profesora, pero el director del colegio me llamó la atención apenas bajé del estrado y me expulsó del colegio.

Ya en la casa mis padres me dieron una paliza. Por supuesto me quitaron el celular de Tele 2000 que me regalaron. En ese mismo instante decidieron mandarme de viaje a España a terminar la escuela. Se comunicaron con mi tío Ronald y compraron pasajes para el día siguiente en Aero Continente. Como el período escolar comienza en setiembre supusieron que no debían perder el tiempo para reformar a su hijo malcriado que calificó de hijadeputa a una profesora del San Agustín por no darle el gusto al caprichoso de su hijo Francisco de cantar una cuarta canción en el aniversario del colegio. Sentí odio contra mis padres. Me estaban alejando de mi banda, de la inauguración de Larcomar, de la Feria del Hogar, de ir a ver el Mundial de Francia 98 con mis amigos al Lima Cricket, sobre todo me estaban alejando de Mariana. 

Nunca pude despedirme de ella, quizá esté tan decepcionada conmigo al igual que mis padres por mi mala conducta en el aniversario del colegio. De igual forma, sus papás no iban a permitir que su bella hija del Sophianum tenga un romance con un rockerito que acababa de ser expulsado del colegio San Agustin. Los chicos de la banda vinieron a despedirse de mí, pero mi padre no los dejó entrar a la casa. Sin nada más que hacer en Lima hice mis maletas y me fui a España resentido con mis padres.

Pasaron algunos meses y terminé el colegio. Mis padres me llamaron para que venga a Lima a estudiar Derecho en la Universidad Católica como acostumbraban los hombres de nuestra familia. ‘‘El castigo ya terminó, Francisco’’, me dijo mi madre. Aunque la verdad es que si regresaba mi castigo continuaba porque yo no quería ser abogado como mi padre, mis tíos y mi abuelo. Yo quería estudiar Comunicaciones y contra todo pronóstico me quedé en España para estudiar en la Politécnica de Madrid. Perdí contacto con todos mis amigos de la banda y también con Mariana. Mi futuro estaba en España. El odio y resentimiento contra mis padres por haberme mandado lejos se convirtió en un profundo agradecimiento ya que la situación en Europa estaba muy bien, a diferencia de lo que vivía el Perú del 2000. Leí en internet que Fujimori ganó con fraude la re reelección, la crisis económica continuaba y se sumaba una crisis política que ensuciaba la imagen del país ante el mundo empresarial. La situación estaba imposible y estar afuera del Perú era una bendición.

Lima 2019
Ha pasado casi 22 años desde que vi a mis compañeros de la banda por última vez. Hace 22 años no venía a Perú y he regresado para quedarme. España atraviesa un mal momento financiero y no hay trabajo, mientras que el Perú vive una etapa de crecimiento económico. La semana pasada recibí una llamada de la agencia de publicidad Circus para ofrecerme un buen puesto de trabajo en Lima, así que pegué la vuelta. No tenía el número de ninguno de los muchachos de la banda pero recordaba donde quedaba la casa de Iván. En el cruce de Rousseau con Javier Prado. Decidí ir a buscarlo para juntar a toda la banda cuando en el camino me di cuenta que la avenida Javier Prado tiene una gran vía expresa. A la altura de Paseo de la República hay un sistema de buses llamado Metropolitano. En el cruce con Aviación hay un Metro por elevación, un centro comercial y un teatro y el edificio de Bellsouth al lado de la casa de Iván es ahora de Movistar. ¡Qué cambiada está la ciudad!

Llegué a la casa de Iván y él no podía creer que estaba de regreso. Le comenté que iba a quedarme en el país para siempre y se alegró. A continuación, llamó a los demás ex integrantes de la banda, quienes llegaron rápido a la cochera de siempre, reencontrándonos luego de 22 años. Todos se alegraron de verme y recordaron cuando insulté a la profesora Zoila Baca en el aniversario del San Agustín. La banda continuó con otro cantante por algunos meses pero luego de que los rockeritos acabaron el colegio, la academia y el ingreso a la universidad terminaron por liquidar el grupo. Iván y Manolo ingresaron a una nueva universidad que apareció por aquella época: la San Ignacio de Loyola. Todos estaban cambiados. Sebastián se volvió adicto a la plantita verde que olía feo, sí, esa planta, la marihuana. Pero logró rehabilitarse y ahora pertenece a una iglesia evangélica. Precisamente es ahí donde continúa tocando la batería, esta vez en un grupo musical que toca canciones de alabanza a Dios. 

Pregunté a los chicos si sabían algo de Mariana. Ellos me dijeron que nunca supieron más de ella desde aquel fallido intento de declaración de amor. No quise averiguar más, seguro estaría casada y ya se habrá olvidado de mí. A pesar de eso, fui a pasear solo a Miraflores. La nostalgia embargó mi ser y pasé por la calle de las pizzas. El Rosalino ya no existe. Fui a pasear al Parque Salazar y tampoco existe. En su lugar está el imponente centro comercial Larcomar donde prometí ir con Mariana apenas sea inaugurado. Tampoco vendían la Chiki de Concordia que solía tomar con Mariana. No existía nada. No existía Mariana. Ella no estaría jamás a mi lado. Solo el recuerdo y la fría brisa de la playa era lo único que quedaba. Gracias a esa profesora hijadeputa nunca pude declararme a Mariana. Maldita Zoila Baca. Maldita hijadeputa.

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