sábado, 23 de marzo de 2019

Escribe: Fernando Eslava 
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Resultado de imagen para seminaristas

El bus del corredor rojo ingresó a la avenida La Marina mientras leía un artículo en el teléfono sobre la próxima visita del Papa Francisco al Perú. La noticia de su viaje apostólico a nuestro país transmite un mensaje de esperanza para los católicos. Francisco es un líder religioso empático, carismático y cercano, cualidades que quizá distan mucho de la imagen que una persona pueda tener sobre un clérigo. Ese argentino, blancón, de 80 años, fue alguna vez Arzobispo de Buenos Aires, hace algunos años sacerdote y décadas atrás, seminarista. 

El ómnibus se detuvo en el paradero de la avenida Sucre. Sorteé el tráfico y me paré frente a una antigua construcción que luce varias ventanas. Todas de igual forma y tamaño. En aquel edificio se forman los futuros sacerdotes de la Arquidiócesis de Lima durante 8 años. Lima, la capital del Perú tiene 10,5 millones de habitantes, de los cuales el 76% profesa la religión católica; sin embargo, el claustro al que estaba a punto de ingresar apenas acoge a 54 aspirantes, de los cuales, con suerte, solo la mitad termina ordenándose sacerdote. Toqué el timbre del intercomunicador y la puerta se abrió en cuestión de segundos. Ingresar al Seminario Santo Toribio de Mogrovejo es ingresar a la vida íntima de sacerdotes y seminaristas, aquellos hombres de negro que con sospechas vemos e intenciones no conocemos. 

-Buenos días, padre. 

-Hola Fernando. Adelante. Por favor espérame en uno de los salones. Estamos terminando de tomar desayuno. 

Eran las 9 de la mañana. Me senté en un cómodo sillón de un salón de recibimiento, cercano a la puerta. El ambiente tiene techo alto y está decorado con cuadros de condecoraciones al exarzobispo de Lima, Juan Landázuri Ricketts –entre ellas el Doctor Honoris Causa otorgado por la PUCP-, y fotos de la última visita del Papa Juan Pablo II a Lima en 1988. Las palabras cedieron ante el silencio por treinta minutos. El armónico sonido interior del claustro me aisló de la rutina caótica a la que estamos sometidos en el día a día limeño. Las paredes ocultan las voces externas y el arrullo del agua de la pileta, confundido entre los cánticos de los pajaritos, presentan al Seminario como un oasis en medio de tanto infierno. Luego de unos minutos más de espera, regresó el sacerdote que me recibió en la puerta de entrada. Me mira con una sonrisa amable y se disculpa por la tardanza. Jorge López es el rector del Seminario Santo Toribio desde el 2015. Tiene 41 años y es sacerdote desde los 28. Es alto y usa anteojos. Abandonó sus estudios de medicina en la Universidad de San Marcos cuando cursaba los últimos ciclos académicos. En medio de huelgas y paralizaciones de clases dejó la Facultad San Fernando para instalarse en el Seminario Santo Toribio. 

-A mis padres les costó muchísimos años entender cuál era mi verdadera vocación. Fue duro para ellos y para mí también. 

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En uno de los jardines del Seminario me esperan Franz y Rodrigo. Ambos jóvenes tienen 21 años y son seminaristas. Hace un año, Franz se trasladaba todos los días desde su barrio, Santa Beatriz, hasta la Universidad San Martín de Porres en Surquillo. Allí estudiaba Ciencias de la Comunicación en las mañanas. Luego iba a trabajar para poder pagarse la carrera. Unos cuantos distritos más lejos, en Surco, Rodrigo estaba sentado en una carpeta de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Ricardo Palma. Mientras atendía la clase, conversaba por WhatsApp con su enamorada y planificaba con sus amigos la fiesta a la que asistirían por la noche. Doce meses después, sus vidas dieron un drástico cambio: renunciaron a todas estas actividades y hoy se encuentran en un claustro donde duermen todas las noches lejos de su familia, amigos y fiestas. 

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-Vivimos en un mundo muy vertiginoso, de muchos cambios. Antes también existía la malicia, pero ahora la malicia es vista como buena. 

El Padre Jorge se acomoda en el sillón y frunce el ceño. 

-En estos tiempos en que abunda la viveza en la calle, se expande la sensualidad y crece la falta de respeto a los valores, un joven que vive en libertinaje no va a escuchar a Dios porque Dios le va a imponer cosas y el joven no quiere cumplir ninguna norma. 

-¿Por qué un joven debe interesarse en ser sacerdote? 

-Un joven que tiene vocación sacerdotal y se presenta al seminario quiere hacer algo por la gente. El seminarista viene por amor a Cristo y buscará proponerle a la gente un camino de transformación interior en el mismo Cristo. Esto no lo da el sexo, la posición económica, ni el poder. 

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Caminamos rumbo a la pileta. Franz me cuenta que como seminarista está al servicio de los demás. Dios lo ayudó a desprenderse de las cosas que lo apartan de Él. Le propuse acercarme a los demás seminaristas, pero no accedió. Me explicó que se encuentran en exámenes finales y el grupo de aspirantes están leyendo en la biblioteca del claustro. 

-¿Tienen horario para cada actividad? 

-Tenemos un esquema más o menos definido. Las reglas nos ayudan a formarnos. Nunca me había levantado a las 6 de la mañana y ahora ya es parte de la rutina. 

Rodrigo, por su parte, tuvo que renunciar al amor de su enamorada. 

-Ella me entendió. No se opuso. 

También dejó de ir a fiestas. Hace un año no va a una. 

-Las fiestas no son necesarias. Dios es el centro de nuestra vida. Las fiestas ya no tienen mucho sentido. 

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Para un joven en la actualidad resultaría muy complicado alejarse de todas estas cosas relativamente cotidianas en la vida del hombre. La vida en un claustro en donde los jóvenes permanecen los 7 días de la semana –salvo algunas horas libre los domingos- se ve poco atractiva. Es una forma de renunciar a la libertad que se nos ha otorgado. La desmotivación crece cuando vemos en la televisión a sacerdotes denunciados por abusos sexuales contra menores y leemos en los diarios noticias referentes a religiosos que incurren en delitos de corrupción, complicidad y encubrimiento. En ese momento, mis ojos conectan con los del Padre Jorge. 

-¿Cómo decirle a un joven que postule al Seminario cuando ve en las noticias una ola de críticas justificadas hacia malos sacerdotes? 

Las palabras se esfumaron. Se oyó el disparo de un ambientador ubicado detrás del sofá donde estaba sentado. 

-Es verdad que hay sacerdotes que no han hecho bien su función. Hay que ser humildes. Pedimos perdón por nuestros hermanos que se han alejado de Cristo. 

-¿Cómo entiende el aspirante esas disculpas? 

-Le mostramos que por el error de uno, no todos podemos ser condenados. Frente a un sacerdote que hace las cosas mal, hay mil que lo hacen bien. El problema es que ellos no son noticia. 

A Franz le había planteado la misma disyuntiva. Imaginó a un militar. Sabe que antes de atacar debe observar cómo está el campo de batalla. 

-El militar sabe a lo que se mete. Yo también. Y lucharé contra eso. 

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Los seminaristas ya se acostumbraron al ritmo de vida en el Seminario. El reloj blanco del amplio pasadizo marca las once de la mañana. Caminamos por la cocina y el olor a arroz con pollo indicaba que pronto el almuerzo estaría listo. Salimos al patio trasero donde hay dos canchas de fútbol y una de tenis. Allí un grupo de sacerdotes estaban jugando pelota con unos jóvenes que visitaban el Seminario. Franz y Rodrigo se esfuerzan por revelar que su vida es bastante normal y parecida a la de un estudiante universitario, con la diferencia de que tienen un acercamiento especial con Dios. A decir verdad, sus sonrisas contagian entusiasmo y sus palabras exhiben seguridad. Yo no entendía por qué. 

-No nos agarramos a latigazos. No hacemos cosas de otro mundo. 

Rodrigo me cuenta que cuando les dijo a sus amigos de la universidad que postularía al seminario le dijeron preguntaron por qué, si él es medio demonio. 

-¿Estás seguro?, me preguntaron. Se sorprendieron. 

Sin duda, no es común que un muchacho de 18, 19 o 20 años decida de pronto irse a vivir a un claustro. Esta práctica medieval que nace en el siglo XV aún persiste, aunque con grandes adaptaciones y transformaciones. Franz y Rodrigo no visten de negro. Usan ropa casual. Una camisa blanca, chompa y zapatos negros. Pero no siempre están vestidos así. Tres veces a la semana sacan el buzo del maletín deportivo y aprovechan la tarde para jugar fulbito. Los demás días se disponen a arreglar su cuarto, lavar su ropa y si alcanza tiempo ver una película en el único televisor del seminario que está ubicado en el salón de tertulia. 

-La vida del seminarista es especial, pero no es de un extraterrestre. 

Rodrigo me cuenta como es su día a día mientras caminamos rumbo a la Facultad Pontificia y Civil de Lima que está al costado del Seminario. Franz y Rodrigo junto a los otros 52 seminaristas inician su día rezando el rosario. Luego se dirigen a la Facultad para estudiar. La carrera se divide en tres años de Humanidades y Filosofía y tres años de Teología. Después del almuerzo conversan sobre temas de coyuntura divididos en grupos y disponen de tiempo para estudiar y hacer sus tareas académicas hasta la hora de la cena. Los fines de semana se agrupan para realizar actividades de ayuda social, que ellos denominan ‘‘labor pastoral’’, eventualmente organizan una parrilla en el patio y los domingos, después de la Misa en la Catedral, tienen la tarde libre para visitar a su familia. 

-¿Y si quieres pedir una pizza a las 10 de la noche, cómo haces? 

-Entendemos que no es prudente. Ya cenamos. Hay otras personas que no tienen qué comer. Es una oportunidad de ponernos en el lugar del otro. 

Entramos a la Facultad. Tiene tres edificios modernos. Parece un ambiente fantasma. No había nadie. Franz me hace una pregunta sobre qué carrera estudio. Asume que estudio Periodismo o alguna carrera de Comunicaciones. Me provocó preguntarle sobre sus estudios. 

-¿Qué tal te va en tus clases? 

Bien. Ya estamos por terminar el ciclo. La semana que viene son finales. 

-¿Sueles sacar buenas notas? 

Franz mira a Rodrigo con ojos cómplices. Ambos se ríen. 

-Se va trabajando. He jalado Lógica. La metafísica es difícil. 

-Yo también desaprobé ese curso en la universidad. Bueno, de lo que sí estoy seguro es que llegas temprano a clases. 

-La universidad está al costado, pero a veces llego tarde. Las clases comienzan muy temprano. 

En la Facultad los jóvenes seminaristas no estudian solos. Algunas monjas, profesores de religión y laicos también llevan clases en sus instalaciones. Nos sentamos en una banca. Hay muchas alrededor de una especie de rotonda. Franz me quiere contar algo más. 

-¿Aquí pasan tiempo en el break? 

-Sí. Algunos bajan a conversar. Nosotros aprovechamos en ensayar algunas canciones. 

-¿Ustedes hacen música? 

-Tenemos una banda. Yo canto y Rodrigo ayuda con el teclado. 

Los seminaristas descubrieron su talento por la música en los ratos libres de la Facultad. Cada cierto tiempo hacen una tocada para los sacerdotes, sus compañeros y el Cardenal Cipriani. En otras oportunidades, tocan para sus familiares. Dos veces al año todos los padres de los seminaristas los visitan en el claustro en un día de esparcimiento. 

-Si tuviéramos ahorita los instrumentos tocaríamos algo. 

¿Qué género musical tocan? 

-Cumbia y rock en español. 

-Pensé que solo música sacra. 

Sueltan carcajadas. 

-También, pero no generalmente. 

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El Padre Jorge se acomoda su camisa blanca. Yo estaba acostumbrado a ver a los sacerdotes vestidos de negro, pero el cura con el que estoy conversando no está vestido de ese color. El blanco que viste emana confianza. Él es el rector del seminario; sin embargo, trata de ser un padre para los seminaristas. Desde que los recibe por primera vez hasta que se ordenan sacerdotes. Cuando un joven siente el llamado de Dios, el padre Jorge los acoge en un club de discernimiento vocacional. Se reúnen por espacio de un año, en el cual mantiene entrevistas con los jóvenes para conocer sus motivaciones, inquietudes y deseos. Al finalizar ese proceso los invitan a una convivencia de fin de año. Ese es el momento decisivo para invitarlos o no a ingresar al Seminario. Si el joven acepta la propuesta, el siguiente paso es rendir un examen psicológico. Posteriormente, el padre se reúne con la familia del postulante. En paralelo, el iniciado deberá postular a la Facultad mediante un examen de admisión. Durante sus 7 u 8 años que dura la permanencia de un joven en el Seminario Santo Toribio, el padre Jorge destaca cuatros áreas de formación integral que recibe el seminarista, quien es acompañado permanentemente por un formador. 

-El joven que se forma aquí recibe valores humanos enfocados a una vida de virtudes. Se pone mucha fuerza en el área espiritual y la oración. También en el estudio universitario en la Facultad y por supuesto el aspecto pastoral, la acción social. 

En este momento de la conversación, el Padre Jorge saca pecho por su gestión. Aunque con mucha humildad, recalca que poco a poco observa mayor perseverancia entre los jóvenes y, si bien el número de postulantes no aumenta, la cantidad de deserciones en el camino se ha reducido. 

-¿Qué pasa si un seminarista le cuenta a usted que se enamoró de una mujer? 

-Es normal. La atracción es normal. Si el joven ama a una mujer, está dispuesto a amar a Dios. 

-¿Qué le diría al seminarista? 

-En primer lugar lo felicito, porque es hombre. 

-¿Y después? 

-Conversamos. Si el joven se da cuenta que no es su camino, que se vaya. 

La decisión del rector es pragmática. Es como si un joven tuviera una enamorada y luego le gusta otra. La relación oficial es con la Iglesia, si viene otra pareja, debe elegir a una de las dos. 

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Franz y Rodrigo me invitaron a conocer la capilla. La cruz de la fachada está frente a la puerta de ingreso. En su interior el eco no permite que la conversación fluya adecuadamente. Franz, que estudió comunicaciones, me sugiere abandonar la capilla. Sabe que tengo un micrófono y que es probable que lo que hablemos no pueda ser grabado correctamente. 

-¿Cómo te ves de acá a unos años, Franz? 

-Siendo un buen sacerdote 

-¿Te gustaría ser obispo o Cardenal? 

-Lo principal no es ser Cardenal, sino buscar la santidad. 

Rodrigo asentó con la cabeza. Ambos ya están cansados de hablar tanto con un extraño. Están en semana de exámenes y deben continuar estudiando. Finalmente, no es sencillo pasar de Arquitectura y Comunicaciones a Filosofía. Los jóvenes regresan a la biblioteca, donde estuvieron antes de que comencemos a charlar. 

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El Padre Jorge toca la campana que está al lado de la puerta del salón de tertulia. Llegó la hora de almuerzo. Los primeros seminaristas que salen al patio conversan animosos. Alcancé a escuchar algo sobre la llegada del Papa Francisco. En el salón donde esperé 30 minutos al Padre Jorge había fotos de la visita de Juan Pablo II al Seminario. Muchos de ellos suponen que Francisco también irá a visitarlos en enero del próximo año. La visita del papa argentino es un aliento de aire fresco para la Iglesia. Un papa alegre, que se comunica por Twitter, es interesante. El padre Jorge me acompaña a la puerta para despedirse de mí. Me pregunta si vi los últimos videos que han subido a YouTube. 

-Claro, padre. 

-Están divertidos. Mediante una envoltura fresca y con lenguaje de la calle, queremos llegar a más jóvenes. Los mismos seminaristas se convierten en videobloggers y hablan de Dios. Está funcionando. 

Antes de irme le pedí que me separe una silla si el Papa Francisco va al Seminario. Esbozó una sonrisa. 

Salí del internado. No hay barrotes. Tampoco guardias. No están presos. Solo están separados del mundo para meterse nuevamente en el mundo. Es un lugar extraño, pero feliz. Afuera se estacionó un auto de lunas oscuras. Es el Cardenal Cipriani que va a visitar alguna de las oficinas del Arzobispado que allí funciona. Él si está vestido de negro. No nos cruzamos.

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