Escribe: Rodolfo Rodas Oré
No tengo amigos, porque soy un forastero. A lo mucho hablo con la profesora, pero por correo electrónico. Tampoco hablo con los extranjeros porque no hablan español y yo no hablo inglés, aunque a veces los escucho hablar en su idioma natal
Cuando comencé el ciclo en la universidad pensé que sería más sencillo. Arriesgado, atrevido y con grandes dosis de insolencia osé meterme en un curso de literatura en la facultad de letras. A su vez, como incansable perseguidor del sueño ingenieril, me inscribí en un curso de mecánica, una materia básica de ingeniería industrial.
Mi semana comienza así: Los días lunes me despierto con el chip literario. Me dirijo a la facultad de letras de la católica. Me siento en la segunda carpeta al filo de la puerta. A mi lado están los chicos que estudian la carrera de literatura y unos extranjeros que por alguna extraña razón terminaron en el Perú, en mi universidad y llevando ese curso conmigo. No tengo amigos, porque soy un forastero. A lo mucho hablo con la profesora, pero por correo electrónico. Tampoco hablo con los extranjeros porque no hablan español y yo no hablo inglés, aunque a veces los escucho hablar en su idioma natal y trato de entenderlos, cosas básicas, sería imposible discutir algún texto con ellos, ni en ingles ni en español. Los martes me cambio el chip y me vuelvo un matemático. Voy a la facultad de ciencias de la Universidad Católica y cargo conmigo la calculadora científica de siempre y un juego de separatas llenas de figuras y enunciados que hablan de velocidades, aceleraciones, fuerzas axiales, sumatoria de fuerzas, leyes de Newton y el teorema de J. Steiner. Me gusta el curso de mecánica, aunque es complicado. Me esfuerzo resolviendo ejercicios y por momentos recuerdo que debo de leer a Borges para mi clase de literatura del día jueves. Cuando estoy leyendo a Gabo recuerdo que la fricción genera una fuerza no conservativa y que los movimientos relativos deben ser usados cuando los niveles de referencia son distintos. El teorema de Steiner invade mi mente cuando trato de entender La Continuidad de los Bosques de Cortázar y, Los Jardines de Senderos que se Bifurcan de Borges me asaltan cuando dibujo el diagrama de cuerpo libre de algún sólido.
Es difícil vivir entre estas dos disciplinas. Alguna vez Joaquín, un amigo de la escuela, me recordó que, salvando las distancias, Ernesto Sábato vivió lo mismo. Mientras en las mañanas se graduaba de doctor en física atómica, en las noches se reunía con la bohemia literaria bonaerense.
Zambullirme en la literatura latinoamericana me permitió entender mejor la historia de América y su actualidad política. Cuán importante es lo real maravilloso en las mentes de los jóvenes, y no hablo de sus enredadas posturas literarias, sino, de sus novelas, sus autores, lo que representa cada uno de ellos como entes de cambio, de lucidez, voces autorizadas para definir lo que somos como una sola nación.
Hablar de ciencias es hablar de Newton y sus leyes. Es hablar de Einstein y su ley de la relatividad. Es abrir tu mente a los juegos lógicos de lo natural, explicar lo que podemos tocar o percibir o sospechar con números y teoremas. Entender los avances de la ciencia es una manera de entender el mundo y la ambición del hombre. No dejaría de estudiar ingeniería, porque me permite conocer esa otra cara de la moneda. Los números tienen su encanto y entenderlos demanda horas de concentración, tantas, que al escapar de sus vericuetos y enredos te da un aliento de vida que solo puedes comparar con el éxtasis del final de una novela.
Todas las semanas me pierdo entre la cinética de un sólido rígido, lo fantástico en Borges, la cinemática de una partícula, Cortázar, armaduras y bielas, Cien años de Soledad, marcos y máquinas, Rulfo, sistemas de fuerzas, Casa Tomada, sumatorias de momentos, Poe, momentos de inercia, Los pasos Perdidos, dinámica, lo real maravilloso, fuerzas no conservativas, Arguedas, sólidos rígidos, El Aleph, estructuras, Carpentier, aceleraciones y masas, Gabo, velocidades angulares, Funerales de la mama grande, ingeniería y literatura, en fin.
Rodolfo Ulises Rodas Oré
0 comentarios:
Publicar un comentario